Strudel de manzana para una tarde gris.
Es una tarde gris. El hombre frente a la ventana de todos los días mira el reloj y se pregunta a qué hora llegará ella con el strudel de manzana. Se está demorando demasiado. Tiene ganas de tomar el té con strudel de manzana y ella no llega. Pasan las horas. Se siente algo abatido. Ella le había prometido llegar con strudel de manzana.
Ya es de noche y la mujer no aparece. La llama por teléfono, una, dos, tres veces y no contesta. Son las cuatro de la mañana y la mesa sigue servida. Las dos tazas de té vacías. El azucarero de porcelana china. Los platos también vacíos para el strudel de manzana.
El hombre elige otra tarde gris y simétrica para sentarse frente a la ventana y pensar que le será imposible borrar de su memoria aquel horrible día en que se quedó con ganas de comer strudel de manzana con una taza de té.
Esa misma tarde gris, a la misma hora, a miles de kilómetros de distancia, la mujer saborea un exquisito strudel de manzana con una taza de Prince of Wales y recuerda aquella otra tarde gris y definitiva, en que tomó la decisión de dejarlo a él sin strudel de manzana.