Otra imagen del laberinto.
Oscuridad imposible…
Oscuridad posible: afiladas garras que se clavan en el pecho, confundiéndolo con los ojos. Porque arrancar los ojos de la bestia biforme importa un desconsuelo que se traduce en paredes más blancas y resistentes a las preguntas que tienden a bifurcarse infinitamente hasta el absurdo.
El laberinto también hace un trabajo delicado: no deja palabra sobre palabra que ampare algún sentido de construcción; aún para la piel temerosa que quizás merecería un castigo más eficaz. Pero la sangre aún palpita en círculos, que al menos simulan esa maravilla de una flor o una danza de amantes; aunque no existe abrazo posible, ni color, ni perfume.
Se acumulan ausencias que deambulan a tientas por esos pasadizos oscuros y estériles. Y se confunden a cada instante las precarias formas que se ponen por delante, dando siempre señales equívocas de pertenencia a una especie determinada o ilusión que entrevera malsanas abstracciones. Hasta que -cansado- se agacha y acurruca, en algo parecido al encuentro fortuito de dos paredes que forman un ángulo casi recto donde se siente un poco menos el frío y donde la humedad no es tan odiosa como en el resto de la interminable construcción; y allí hunde -la altiva cabeza de rojos cuernos- en el barro que se formó en el instante en que se atrevió a pronunciar una de las palabras prohibidas: “esperanza”.
Foto unsologato.