viernes, julio 28, 2006

Otra imagen del laberinto.

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Oscuridad imposible…
Oscuridad posible: afiladas garras que se clavan en el pecho, confundiéndolo con los ojos. Porque arrancar los ojos de la bestia biforme importa un desconsuelo que se traduce en paredes más blancas y resistentes a las preguntas que tienden a bifurcarse infinitamente hasta el absurdo.
El laberinto también hace un trabajo delicado: no deja palabra sobre palabra que ampare algún sentido de construcción; aún para la piel temerosa que quizás merecería un castigo más eficaz. Pero la sangre aún palpita en círculos, que al menos simulan esa maravilla de una flor o una danza de amantes; aunque no existe abrazo posible, ni color, ni perfume.
Se acumulan ausencias que deambulan a tientas por esos pasadizos oscuros y estériles. Y se confunden a cada instante las precarias formas que se ponen por delante, dando siempre señales equívocas de pertenencia a una especie determinada o ilusión que entrevera malsanas abstracciones. Hasta que -cansado- se agacha y acurruca, en algo parecido al encuentro fortuito de dos paredes que forman un ángulo casi recto donde se siente un poco menos el frío y donde la humedad no es tan odiosa como en el resto de la interminable construcción; y allí hunde -la altiva cabeza de rojos cuernos- en el barro que se formó en el instante en que se atrevió a pronunciar una de las palabras prohibidas: “esperanza”.

Foto unsologato.

viernes, julio 21, 2006

Gris al gris en el laberinto.

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Vos ponés el blanco y yo el negro.
Así de simple y rotundo lo planeó el laberinto para que le entregáramos los cuerpos en una esquina que retuerce todas las posibilidades de desarticular el tiempo en partes iguales y unirlas en otro sentido: fuga concéntrica con variaciones cromófagas y desproporción de rojo. También puede ser aire sin respiración o agua que se desliza ráudamente sobre cuerpos aún no tan mutilados o quizás pintados monstruosamente con colores menos puros que aquellos que abrírán la pesadilla.
Volvamos a empezar, vos el negro y yo el blanco.
El laberinto una vez más, tratando de convencernos de la banalidad de intentar un verde sin árboles o desnudeces que nos conviertan en fantasmas capaces de cargar bloques de granito sobre las espaldas para que el muro –finalmente- nos deje del mismo lado de la ciudad. Aunque la ciudad será destruída cuatro minutos después de ese beso de cenizas y pieles temblorosas en idénticas proporciones de luz y oscuridad pétrea.

Foto unsologato, escultura de Vicente Gajardo.

sábado, julio 15, 2006

Tres pisos.

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Atardece con colores sucios y el piso, el techo y las paredes del departamento parecieran adelgazar hasta el límite más urgente de la oscuridad.
Del piso de arriba llegan sonidos de afanosa carpintería. Fabrican una cruz con madera de verdad y clavos, el insistene serrucho eléctrico, golpes de martillo y el no menos insisivo cepillo, una cruz del tamaño de un hombre. Esos ruidos interrumpen el piano de mi crepúsculo, la canción de otoño -octubre- de “Les saisons” de Tchaikovsky. Y del piso de abajo, aunque menos estridentes, ascienden gemidos y voces de una mujer entregada al amor o al menos, a una ardiente cópula. Me recuerdan a las señas auditivas de una mujer que amé en otros tiempos, cuando los atardeceres eran plácida amatista. Los ruidos de arriba y abajo, interceptan mi piano y se forma una promiscua rapsodia que de pronto –abruptamente- desemboca en el silencio.
Me quedo a oscuras, imaginando formas y posiciones del amor y de la muerte, dolores y placeres extremos, y espero que de un momento al otro se decidan y lleguen a ofrecerme –como buenos vecinos- una u otra posibilidad. Responderé a cualquier invitación.

Foto unsologato.

jueves, julio 06, 2006

Hoja de invierno

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Aquella mañana de invierno salimos a caminar tomados de la mano. Con bufandas del mismo rojo recorrimos calles frías y grises. Deambulamos sin rumbo dejándonos llevar por el instinto cromático y la improvisación. De pronto encontramos un bello resto de naufragio vegetal: la hoja de un árbol; la levantamos del suelo y en su reverso y con perfecta caligrafía invernal, decía que esa mañana caminaríamos por calles grises tomados de las manos bufandas rojas y nos besaríamos en el instante de una hoja donde estarían escritos nuestros nombres y un deseo.
Continuamos caminando hasta que encontramos la habitación donde la hoja levantada del suelo nos mandaba a desnudarnos y unir la piel.
En el reverso de la hoja también había referencias precisas a ciertos detalles de la cópula y la ternura y a las bufandas del mismo violeta abrazadas a los pies de un árbol.

foto unsologato.
El Tiempo Buenos Aires Aerod.