La permanencia en el error marca cada uno de nuestros pasos. Aunque a veces acertamos, pero enseguida dejamos de creer en esos aciertos y recaemos en el tedio que nos mantiene encadenados a la puerta como perros guardianes, perros hambrientos y sarnosos. Esa puerta es imposible abrir y cerrar completamente. Cuando llega alguien a visitarnos, cosa que rara vez sucede, lo atendemos pidiendo disculpas por no poder hacerlo pasar. Por lo general, esas visitas terminan en miradas de desprecio y a veces en insultos. Nadie es capaz de ver nuestra situación real, ni siquiera nosotros mismos que llevamos junto a la puerta tanto tiempo, un tiempo incalculable. Pero cierto día una de esas visitas ocasionales nos hace cambiar completamente nuestra apreciación de la realidad. Este visitante con pocas palabras nos convence que no hay ninguna necesidad de permanecer en este lugar en condiciones tan poco humanas, que la puerta es sólo un par de tablas y chapas cruzadas y que aquello que creemos que es una casa, nuestra casa, no es más que una ruina en un predio donde en dos días más llegarán los de la constructora para iniciar las obras de demolición. Por una suma insignificante aceptamos ser llevados a un lugar donde gozaremos de cuatro comidas diarias, una cama limpia, un baño decente y la adecuada medicación para cuando caigamos en esos pozos de delirio que nos llevan a creer que somos perros encadenados a una puerta que ni si quiera es una puerta.
Foto unsologato.