sábado, septiembre 30, 2006

Pasacaglia laberinto (con música de H.F.I Biber)

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Sediento, no sé qué gotita elegir de tu pecho empapado de sudor. Caeremos líquidamente por el borde acantilado de los cuerpos. Quizás, uno de esos cuerpos sea tuyo y eso que llamamos cópula, una mera proyección del laberinto en su ilusión de movimiento perpetuo.
Nos deslizan por debajo de la puerta una carta escrita con una sola palabra… Esa carta se demoró muchos años en encontrar nuestra piel.


En otra hipótesis no menos vana, se dice que hasta el dolor más cromófago termina por extraviar sus señas entre los pasadizos de la construcción soñada por el arquitecto Dédalo. Y también se extravía la herida y ya no es posible regresar a esa primera imagen de desolación con forma de lágrima de Minotauro. Las bestias biformes también lloran por la dualidad que las atormenta.


En una última hipótesis del rudimentario y apócrifo teorema, se dice que para el triste Minotauro es suficiente con haber contemplado durante unos segundos la sonrisa de su hembra satisfecha…

…y las cuatro gotitas resbalan por tu pecho aunque la herida también se haya extraviado en el laberinto…


Foto unsologato.

domingo, septiembre 24, 2006

Orquídea

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No saben si la orquídea será laberinto o todo seguirá siendo del mismo gris adoquinado. Pero hay suficiente blanco en esa devoción como para avanzar hacia una nueva trampa. Quizás no es cuestión de color o cromofagia más encarnada, sino de acertar la estratagema que le caiga en gracia a los cuerpos transparentes. Siempre los cuerpos terminan enredados en sábanas imaginarias que también juegan a ser mortaja y vela del navío que los aleja de la única salida con forma de flor o de herida.
Entonces la orquídea también es laberinto donde los ausentes se persiguen para darle unas migajas de placer a sus fantasmas. El rojo y el amarillo serán esos fragmentos masturbatorios para continuar desapareciendo en brazos del sol. El sol de todas las ausencias. El sol de todas las heridas.

Foto unsologato.

sábado, septiembre 16, 2006

Puerta del laberinto

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Una puerta que deja de ser una puerta, entonces ya no se abre ni se cierra, ni se puede pasar a través de ella hacia el otro lado. Porque tampoco hay un lado y otro lado como antes, cuando la piel y el abrazo marcaban las coordenadas. Piel sin puerta, sin adentro ni afuera. Indistinto decir, ella de aquél lado, yo acá en Buenos Aires, intercambiables ausencias sin lugar, sin puerta; acaso restos de una reja que encerró algo de tiempo, un vidrio roto, goznes oxidados desparramados en una vereda imposible de identificar con señas concretas o el llamado de un árbol. Desplazamiento hacia la bruma, cuerpos grises deambulando, cada uno hacia una luz nueva donde al menos habrá una ventana. Con una sola ventana será suficiente para reconstruir el mundo. Una ventana donde golpeará la lluvia y se reflejará el rostro amado.

(En el laberinto es común que sucedan cosas así, apariciones, desapariciones y refundaciones de la realidad y del sueño. Es parte del juego: confundir los destinos, el deseo, las bocas de tormenta.
El Minotauro un buen día despierta en los brazos de su amada y ya no le importa vivir el resto de los días encerrado en la despiadada construcción soñada por Dédalo)

Foto unsologato.

viernes, septiembre 08, 2006

Vidrio oscuro

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No todo lo que se refleja en un vidrio una noche de invierno puede llegar a ser real. Entonces hay que comenzar de nuevo, pero sin permitir que avancen demasiado esas preguntas sucias que deambulan confundidas entre luces artificiales y apariencias humanas, llevándonos casi a punta de cuchillo hacia esa forma del abrazo crispada de misterio. Porque hay calles para abrazar la oscuridad y esquinas para besarse como si la primera frase del vidrio oscuro pudiese ser salvada unos pasos más allá.
Noche de invierno que termina en abrazo, piel desnuda, bocas ávidas, ritmos frenéticos de goce y una sábana redimida en el naufragio de ese sudor fabricado en pos del placer más profundo.
No eran nuestros cuerpos esos que se reflejaban en el vidrio oscuro del bar donde la gente esperaba otra cosa. Pero sí fueron nuestros cuerpos los que desplegaron esa sábana de diminutas flores rojas frente al vidrio que terminó por elegir su propia oscuridad en nuestro grito de amantes.

Foto unsologato. Baires, septiembre 2006.

sábado, septiembre 02, 2006

Pintura del laberinto.

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Realidad descascarada: grados de dolor que aún no han sido sometidos al último dictamen del laberinto.
El Minotauro se rasca la cabeza con una pluma de cisne de cuello negro y respira profundo. Aunque esa profundidad no sea suficiente y el aire se le extravíe en la sangre inútil. Nunca nada es suficiente, ni siquiera la belleza de ser víctima amparada por el mito. Entonces, puede no ser del todo equivocado, buscar cierta pintura cercana al desvarío del agua: el agua de tus labios, el agua de tus ojos. El sudor que somos capaces de fabricar juntos como máquinas de placer, sin que importen demasiado las orillas, los cristales de cada uno o los colores que la piel no puede retener según el abandono de la luz. Luz que une los cuerpos.
Así de intrincado será amar al Minotauro mientras no encuentre la palabra que abra la única puerta del laberinto.
El amor como descascaramiento, mi amada, hasta que las paredes queden tan desnudas como usted, señora mía, cuando se abre para que la bestia biforme entre en su carne y en su grito que es pura luz.

(No está mal, según la luz del laberinto, que hayas cambiado un marido correcto y abnegado por un Minotauro y que me hayas concedido el honor de encarnar a ese fiero personaje).

Foto unsologato.
El Tiempo Buenos Aires Aerod.