miércoles, junio 28, 2006

Reflejo

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Es tan simple como caminar pero sin saber caminar o habiendo olvidado la secuencia de los pasos o la materialidad de los propios pies y de la tierra. E ir sujetando el aire con los ojos de un árbol o la voz del agua. La elección precisa que torne lo invisible al alcance de la mano. Y cuando se dice mano, se dice caricia o piel del cielo. Entonces sucede algo lejano que no nos atrevemos a nombrar por temor al fuego o a la fuga definitiva de estos mundos que nos ha sido dado habitar.

Y habitamos el camino y todo lo que olvida la tierra. Nuestra materia inerte adentrándose en procesos aún más misteriosos. Caricia que no se resigna a perecer en la voz del árbol descansando sobre ese ojo de agua, abierto a la contemplación de ese roce mínimo que cambia el curso de la luz y de un nombre que se repite en secreto frente a una ventana de intemperie.

Foto unsologato.

martes, junio 20, 2006

Por un clic...

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Por un clic de mierda y porque el nombre de las dos comienza con la misma letra. Mil veces torpe. Le enviaste a tu mujer el mensaje para tu amante que iba con otro pegado, entonces doblete. Qué peligroso es copiar y pegar. Tu mujer descubrió que tenías una amante. Y fuiste, muñeco. Te echó de la casa a patadas. Primera medida. Después le escribió a tu amante. Le reenvió lo reeenviado y pegoteado y tu amante te mandó a la mierda. Sin el pan y sin la torta. Puto correo electrónico. Pero no valen las quejas, el torpón fuiste vos, viejito. Y ahora no hay clic que te salve.
Se terminaron poniendo de acuerdo las dos grandes hembras de tu vida (como solías llamarlas mientras el whisky nos soltaba la lengua). Tu amante montó el ardid y te puso las amarras; y tu mujer -tu tierna esposa, largamente engañada- te metió la bala justo en el corazón. Con certeza quirúrgica y pasional. Se las arreglaron muy bien para hacer pasar todo como robo seguido de muerte. Y ambas señoras terminaron juntas aunque no eran lesbianas. Digamos que se dejaron llevar por los aires de la tragedia.
Ahora estás muerto y sepultado y si digo lo que sé, el próximo al que hacen boleta estas dos amazonas bravas, seré yo; así que esto que te escribo es sólo para enviártelo a tu casilla (por si se te ocurre resucitar). Ya nadie volverá a abrir esa casilla y una parte importante de vos se habrá perdido para siempre en el ciberespacio, porque la causa está recontraarchivada y vos recontramuerto, ellas gozando de la vida y yo escribiendo estas pelotudeces para sentirme un poco menos culpable, poque siempre te jodía con que te cogieras a las dos juntas, pero la cosa no te salió. Qué se le va a hacer. Ahora descansá en paz, como puedas, y dejate de joder con pedir venganza con malos trucos de ciberfantasma.

Foto unsologato.

martes, junio 13, 2006

Juego de poetas.

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En el cuarto sorteo de poetas nuestros salió Enrique Molina. Gran gran poeta, che. Y nos sonreímos salvajemente: tigres espejados en terciopelos de agua lejana. Entonces, como lo el rito exigía, cada uno fue a su correspondiente biblioteca, obtuvo su Molina, lo abrió al azar y anotó los primeros versos que le saltaron a la cara como tigres a la presa en una libertita destinada a esas lides del aire y la palabra.
Un mes después, a la hora indicada y bajo la luz perfecta que requería nuestra voluntad de amantes, nos desnudamos frente a frente, nos abrazamos, nos miramos largamente los laberintos de los ojos, nos lamimos y nos olimos como aquellos trigres en celo y antes de la cópula, procedimos a escribir, cada uno los versos que el azar previo y arcano eligió, en el pecho del otro: tinta oscura y milagro:

“Como los pies de la aventura sobre el nácar de lo imprevisto
Nos amamos en la casa que corta todo lazo
Un lugar de hierros al rojo”


Cuando develeamos la piel no nos asombró que los tres versos fueron exactamente los mismo en la pecho del otro. Sabíamos que nuestra unión era un milagro y que cosas así nos sucederían con la misma ferocidad con que los tigres nos obligaban a seguir devorándonos mutuamente.


Foto unsologato.

jueves, junio 08, 2006

El reality del laberinto.

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Este es el peor de los realitys posibles, el más cruel de todos. Me disfrazaron de Minotauro y me soltaron en un laberinto controlado por invisibles y omnipresentes cámaras. La cebeza de toro terminó siendo real, igual que mi espanto.

Me dan de comer tres veces al día y una vez al mes sueltan a unas jóvenes a quienes debo devorar. Así lo dicen los reglamentos que gobiernan esta pesadilla. De una de esas mujeres destinadas a ser mis víctimas me terminé enamorando y no sé cómo me las arreglé para que saliera de la maligna construcción sin que las autoridades de afuera se dieran cuenta.

Soy esta puesta escena: un tipo deambulando todo el santo día por interminables corredores, alimentándose, haciendo sus necesidades, durmiendo sobre la piedra, hablando solo y una vez por mes dándose el banquete de sangre. Si me gustan las mujeres que me traen, ahuyento mi tristeza, trato de seducirlas y tener sexo con ellas, al menos para quebrar la monotonía de mis días. A pesar de la repugnancia que inspira mi forma dual, las muchachas se esmeran en darme placer; se ilusionan por la posibilidad de escapar de aquí o al menos de conservar la vida. Si no me gustan, las mato, pero tratando de que sufran lo menos posible. Generalmente me entregan hembras más feas que agraciadas, porque ellos quieren ver más sangre que ternura. Pocas veces uso mis manos o el hacha de doble filo. Prefiero dejarlas morir de hambre (así se terminan ajustando a los horribles cánones de belleza anoréxica, tan en boga) aunque sus carnes pierdan toda consistencia a la hora de alimentarme de ellas. Nunca pensé que llegaría a tales extremos de crueldad y de horror, pero han sido ellos los que me han empujado a este estado de cosas.

Deambulo triste por estos interminables pasillos donde abunda el engaño. Para darme algún consuelo suelo escribir el nombre de mi amada en las paredes. A veces lo hago con mi propia sangre infringiéndome heridas con algún resto de lata oxidada que encuentro por ahí. Varias veces al día escribo su nombre, como tratando de llamarla. Ella prometió que regresaría a rescatarme de este horrible cautiverio. Esa esperanza es lo que me mantiene vivo e impide que use el hacha contra mí mismo y acabe de una vez con todo esto.

En días como hoy, en que la lluvia cae desaprensiva en estos corredores grises, me digo que será imposible salir de aquí y más imposible aún que ella me encuentre y que juntos demos con la salida. Mis esperanzas sucumben también cuando trato de ubicar algunos de los nombres de mi amada que he escrito en las inmensas paredes, pero no los encuentro. Los he escrito miles de veces, pero nunca he vuelto a encontrarlos. Aquí todo está destinado a extraviarse y a que los crueles espectadores disfruten del espectáculo.

Foto unsologato

lunes, junio 05, 2006

Adoquines.

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Lo primero que hacemos es mirar el suelo, porque si los adoquines están en su lugar, si nadie los ha reemplazado por baldosas o asfalto, quiere decir que hay esperanzas de que las cosas resulten como las venimos soñando.
Allí están los adoquines, imperturbables, después de dieciséis años sin recibir nuestras piasadas, nuestras miradas cómplices que ocultaban en ellos el cielo de pieles escapadas de una realidad a la que le bastaban unas pocas palabras. Siempre las palabras adoquinando esperanzas y abriendo pasajes secretos en la ciudad laberinto.
Porque se trata de un orden precario pero que nos permite construirnos calles y avenidas que comunican el corazón. Somos fragmentos que se van uniendo en la memoria y el vértigo de un presente que por momentos nos acorrala. Ese miedo que el aire respira de nuestras bocas. Pero basta un abrazo para que esos adoquines sientan el mismo estremecimiento que nosotros cuando las rejas se abren con una contraseña arrancada del azar, lo que nos permite volver a entrar a ese territorio vedado por el tiempo.
Una vez allí, nos besamos -como corderos y gárgolas jugando a esconder lenguas de fuego- y sentimos que los adoquines agradecen ese beso que traspasa la piedra, esa irreproducible ternura de árboles humanos arrojados al otoño.
Miramos el rectángulo de cielo que está sobre nuestras cabezas y todo se refleja en ventanas y puertas ordenadas según el capricho del laberinto.
Ya no importa, amor, si lograremos o no, salir de ese pasaje o nos pasaremos el resto de la vida contándole historias a los adoquines.


Foto unsologato.

jueves, junio 01, 2006

Irreversibles

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Somos irreversibles en la piel y en la mirada. Irreversibles en las palabras que salen del pecho de los árboles y de la garganta de las piedras. Irreversibles en las calles que cielan nuestro abrazo. Irreversibles en el abrazo y en la unión desnuda de todas las cosas que nombramos. Irreversibles en los nombres y en el piadoso pasaje de la ciudad que nos abrió sus vedadas puertas de hierro. Irreversibles en la contraseña: PB19 y en la memoria y en las flores que le llevaremos a esa mujer desconocida que nos permitió romper el encierro. Somos irreversibles, amor, en el sueño de una rosa blanca que aniquiló todas las distancias. Ya no hay vuelta atrás, amor. Es una certeza, como esa que el cielo muestra a cada instante a las ventanas. Nuestras ventanas crecerán en esa luz irreversible. Ya no hay forma de desandar los pasos, porque hemos caminados desnudos sobre las aguas y sobre el fuego y hemos asumido el milagro como forma definitiva de encuentro. Somos irreversibles, tú lo sabes, yo lo sé y con eso basta.

Foto Unsologato, Baires, Mayo 2006.
El Tiempo Buenos Aires Aerod.