Adoquines.
Lo primero que hacemos es mirar el suelo, porque si los adoquines están en su lugar, si nadie los ha reemplazado por baldosas o asfalto, quiere decir que hay esperanzas de que las cosas resulten como las venimos soñando.
Allí están los adoquines, imperturbables, después de dieciséis años sin recibir nuestras piasadas, nuestras miradas cómplices que ocultaban en ellos el cielo de pieles escapadas de una realidad a la que le bastaban unas pocas palabras. Siempre las palabras adoquinando esperanzas y abriendo pasajes secretos en la ciudad laberinto.
Porque se trata de un orden precario pero que nos permite construirnos calles y avenidas que comunican el corazón. Somos fragmentos que se van uniendo en la memoria y el vértigo de un presente que por momentos nos acorrala. Ese miedo que el aire respira de nuestras bocas. Pero basta un abrazo para que esos adoquines sientan el mismo estremecimiento que nosotros cuando las rejas se abren con una contraseña arrancada del azar, lo que nos permite volver a entrar a ese territorio vedado por el tiempo.
Una vez allí, nos besamos -como corderos y gárgolas jugando a esconder lenguas de fuego- y sentimos que los adoquines agradecen ese beso que traspasa la piedra, esa irreproducible ternura de árboles humanos arrojados al otoño.
Miramos el rectángulo de cielo que está sobre nuestras cabezas y todo se refleja en ventanas y puertas ordenadas según el capricho del laberinto.
Ya no importa, amor, si lograremos o no, salir de ese pasaje o nos pasaremos el resto de la vida contándole historias a los adoquines.
Foto unsologato.
5 Comments:
En los adoquines quedan grabadas las historias, mientras que en el asfalto se las lleva el raudal. Abrazos.
Miedo.
Si logramos huir,
se perderán de mis manos tus huellas,
se confundirá tu carne en mi lecho,
me dormiré en una estela de tu nombre,
y quizás te olvide en el cielo sin formas
que se dibujará en tus versos.
Es por ésto que mi cuerpo entero te presento,
atado fieramente a este poco de viento.
Para que tus adoquines y los míos descubran en nuestros besos,
que somos los mismos,
los de antaño, esos que fueron creados en ellos.
Minino: no me deje usted sola tanto tiempo... sin importar los abismos... por piedad! Lo extraño mucho...
Besosnecios, e.
excelente, bello, triste, pero excelente
siga en esta onda de prosa poética, maestro
usted abre caminos en todo estilo
abrazos de piedra pisada
¡Cuántas imágenes, cuántos recuerdos, guardan los adoquines! A mi me quedaron grabados los adoquines de una aldea gallega; en ella había nacido un niño que siendo muy joven se embarcó para América. Yo le llevé a aquellos adoquines el saludo de quien no pudo regresar para reencontrarse con sus pisadas infantiles.
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