Un papel amarillo.
Una anciana camina por la calle, regresa a su casa tras haber hecho unas compras. Se le cae de las manos un papel amarillo. La boleta de la lapicera que acaba de comprar para su nieta. No puede agacharse a recoger el papel. El dolor de cintura, los años, los achaques. No se atreve a pedirle a nadie que le recoja el papel. Ella nunca, en ochenta y cuatro años de vida, ha botado un papel al suelo. Mucho menos en la calle que es un lugar público donde hay que dar siempre el ejemplo.
Llega a su casa atormentada por ese papel amarillo que debería haber botado dos días despupés que su nieta hubiese probado la lapicera que le compró con tanto cariño. Las siguientes horas se le hacen insoportables pensando en esa boleta, para colmo amarilla, volando por las calles, ensuciando su ciudad, su querida ciudad.
Se sienta en la mecedora y escucha una música que durante muchos años ha acompañado su pulcritud y buenos sentimientos: la última sonata para piano de Haydn. Y en los primeros acordes decide que esa será su última música. Ya la vida no tiene sentido si tiene que andar ensuciando impunemente las calles de su ciudad. Si al menos alguien fuera a castigarla por esa falta. Entonces decide que lo mejor es morir en el momento exacto en que suene la última nota, de la última sonata de su querido Haydn.
A las dos horas llega la nieta y encuentra a la anciana muerta en la mecedora. Tiene apretada en la mano derecha la lapicera que le compró a la muchacha. La nieta nunca sabrá que esa lapicera era para ella.
Foto unsologato.
Llega a su casa atormentada por ese papel amarillo que debería haber botado dos días despupés que su nieta hubiese probado la lapicera que le compró con tanto cariño. Las siguientes horas se le hacen insoportables pensando en esa boleta, para colmo amarilla, volando por las calles, ensuciando su ciudad, su querida ciudad.
Se sienta en la mecedora y escucha una música que durante muchos años ha acompañado su pulcritud y buenos sentimientos: la última sonata para piano de Haydn. Y en los primeros acordes decide que esa será su última música. Ya la vida no tiene sentido si tiene que andar ensuciando impunemente las calles de su ciudad. Si al menos alguien fuera a castigarla por esa falta. Entonces decide que lo mejor es morir en el momento exacto en que suene la última nota, de la última sonata de su querido Haydn.
A las dos horas llega la nieta y encuentra a la anciana muerta en la mecedora. Tiene apretada en la mano derecha la lapicera que le compró a la muchacha. La nieta nunca sabrá que esa lapicera era para ella.
Foto unsologato.
10 Comments:
Me gusta la historia y la estructura. Reaparece ese sentimiento tan arraigado de ser "castigado" por algo mal hecho. ¿Tradición cristiana como la de ser recompensado por vivir la vida correcta? Es pausado, es calmado tu texto, sin desazón por la muerte. Es como un nacimiento en el otro extremo.
Pero ¿sabes? El lapicero debió caer de la mano de la anciana y rodó bajo un mueble. Lo encontré el día que fui a darle mi condolencia a la familia y la nieta me llevó de la mano hasta la ventana abierta para explicarme que la abuela se marchó volando con un séquito de post-it amarillos revoloteando a su alrededor. Juntas saludamos al cielo con la mano.
Te beso fuerte, me gustó este relato sin sobresaltos.
(miGato, no he conseguido ver la foto)
Ahora sí: Es progresión de cielo en mar que atrapa un caracol de sol. Ese, justo ese, en el que se convirtió la señora de los papeles amarillos. Bonita espiral.
Besos que aumentan en progresión aritmética.
La nieta siempre lo supo, porque en sueños, ella lo vió, su dolor, su entega, su desición.
Un Beso
Me miras entre tus culpas y decides tus retornos celestes sobre mí. Brotan misterios en los fluídos de mis cielos, mientras te pierdes en los caracoles de mis palabras.
pobre mujer... me recordó a mi abuelita que quería morir en su casa, con las flores de su jardín... y esperó hasta que la llevaron de vuelta a su cama, a su casa, con sus flores, para por fin, dejar de respirar...
te mando besos medio llorosos... que he estado muy sentimental a últimas fechas... e.
¡Pobre abuelita! Estoy casi seguro que en sus ratos de ocio estuvo leyendo Diario de la guerra del cerdo. Como su rigidez le impidió agacharse o siquiera pedirle a alguien una ayuda,prefirió seguir camino por donde no se vuelan boletas amarillas. Después de tantas peripecias pasadas,tuvo la oportunidad de ver cumplido su deseo.¡Cuántos quisieran lograrlo y pasan el umbral sin darse cuenta que les llegó su instante final!
Un abrazo de osos.
Es un cuento muy real: los viejos se ponen muy mal con estas pequeñas cosas. Abrazos.
No poca es la gratitud que profeso a quienes dejaron un comentario en este relato. Y también a quienes no lod ejaron y acaso terminaron de leerlo.
Abrazo y beso para todos.
Para tus agradeceres, me extiendo en mil aves... unas suaves que leyeron, otras desorientadas que se confundieron en los cielos, otras iracundas que abandonaron sus tintes junto al papel, otras que volaron invisibles sobre ti, y otras que tan sólo besaron tus estrellas. Y para todas ellas reclamo tus besos en este manto nocturno donde se posan los sueños.
hay gente que busca la perfección
y como la perfección no existe
busca en vano
y culpa al mundo
o a las boletas
de la imperfección de la realidad
entonces
la gente de la perfección
muere imperfectamente sola
apretando un dolor propio inexplicado
dejando tras sí más dolor inexplicado
e imperfecto
muy bien, gato!
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