A partir de una flor...

Una tarde de otoño, cámara, macro, clic, clic. Dos tomas. Una a la papelera y otra queda, se guarda, se archiva, crece en la tierra secreta de una carpeta con nombre y ubicación exacta. Días más tarde la florece ese amarillo en la pantalla, lo abarca todo y se queda allí desafiando la intemperie de los otros miles de archivos disponibles.
Otro día de esta historia te envío la misma flor por correo. Sigue siendo tan amarilla como la ilusión y la luz de la verdad (es inevitable recurrir a ciertos tópicos de la exageración filosófica). Mundo digital, nada más que eso. Cuando la recibís, clic, clic y la guardás como un pequeño e insignificante tesoro, archivo y carpeta accesible a la razón y al sentimiento. Y la hacés florecer en tu pantalla. Crece la misma flor que sigue tan amarilla como las paredes de cualquier laberinto diseñado por su propia luz circular (se notan ahora ciertos tintes cargados a la totalidad y la esperanzas, acaso vanas). Entonces encendemos las pantallas, cada uno en su ciudad, barrio, mundo, continente y la flor aparece. Por unos segundos, nos quedamos contemplando ese fulgor ubicuo y vemos al unísono los lejanos ojos del otro... el buenos días... buenas tardes... pétalo por pétalo soñando que la distancia y la ausencia también son una hermosa flor amarilla...

Foto unsologato.