Tren
Caminé por el andén. El tren aún no partía. Una mujer se asomó desde una puerta y me hizo una seña. La seguí. Con otro gesto me pidió que me sentara a su lado. Nunca nos habíamos visto antes. El tren partió. Enseguida pasó el guarda pidiendo los boletos. Vi su mano delicada cuando lo extendió al hombre de gris. No sabía qué decirle. Pensaba que el silencio era necesario y valioso en esas circunstancias. La miraba furtivamente, era bella.
Pasaron unos diez minutos desde que el tren se puso en marcha. Ambos mirábamos por la ventanilla ese mundo en movimiento, como concentrados en algo que debía aparecer en cualquier instante, ninguno de los dos decía una sola palabra. De pronto sentí que apoyaba su cabeza en mi hombro. Vi como sus ojos grandes y oscuros se cerraban y una expresión de tranquilidad se le dibujaba en el rostro.
Nos despertó la voz de los altoparlantes anunciando que todos los pasajeros debían descender. Abrimos los ojos. Nos miramos algo desconcertados pero sonreímos. Nos levantamos del asiento y caminamos hacia la puerta. Descendimos del vagón, fuimos lentamente por el andén y llegamos a la salida de la estación. Nos miramos nuevamente, sin esa tristeza de los trenes, nos regalamos otra sonrisa y cada uno se fue en direcciones opuestas. Cuando nos alejábamos, di media vuelta, quise ver por última vez su sombra, su pelo oscuro, su andar cadencioso.
8 Comments:
pero jamas uno lo vuelve a ver... recuerdo un poema que escribio una compañera del colegio cuando estabamos en primero medio, ella describio una situacion similar, pero en el vagon del metro, solo un par de estaciones y una vision por la ventana, mirando ese reflejo, algo que solo se mirará en ese instante...
Ciertamente Australy, este es casi un lugar común de la soledad urbana, casi inevitable.
Gracias.
¿Qué quieres que te diga?
¿Que me gusta?
Sí, un poco. Tal vez más.
Ya estamos a mano con esa formalidad de los links.
Besito en las orejitas!!!
Chaoooo.
Ella también se volteó, a mirar tu andar de poeta soñador.
Pero cuando lo hizo, ya era habitante de otras páginas...
¿ella? ¿él? ¿o ambos?
Nadie...
uno de esos encuentros eternos que duran un destello, tan familiares, tan de la urbanidad.
abrazo cadencioso.
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